jueves, 26 de marzo de 2015

EL LOBO

El bosque estaba en silencio. Acababa de amanecer un día claro de primavera y nada se movía entre los árboles. A esas horas aún hacía frío, pero la temperatura iría subiendo lentamente durante la mañana.

Era un lobo adulto, casi viejo.
No pertenecía a ninguna camada, ni a ningún grupo, ni siquiera tenía una compañera. Los humanos les tenían miedo y hace unos años, iniciaron una batida para masacrarlos.
Él nunca había atacado a un humano, ni tampoco ninguno de sus compañeros. La carne de humano es dura. Los campesinos trabajan de sol a sol, por lo que tienen poca grasa y sus músculos son tensos y fibrosos. No le gustaba la carne de humano, pero ahora, se comería cualquier cosa.
Los hombres no sólo habían terminado con sus compañeros, si no que también habían cazado a todo animal más grande que una ardilla. En el pequeño bosque, cruzado por un arroyo que se secaba en verano, ya no quedaba casi nadie. Cada vez le era más difícil encontrar un ratón que llevarse a la boca.
Parece que los jefes de los humanos trataban a los otros como seres inferiores. Los campesinos de los alrededores tenían que dar parte de lo que conseguían de la tierra a sus jefes, pero éstos no trabajan, sólo pasaban por allí de vez en cuando acompañados de hombres altos con espadas, cargaban los carros y se marchaban.
Cada vez llenaban más los carros, les exigían más comida y al final, la gente de los alrededores tenía que dar casi todo lo que sacaban a su jefe, lo que les había llevado años atrás a invadir el bosque en busca de comida.
En su camada había un macho alfa, y aunque tenía algunos privilegios trabajaba como el que más. De hecho, por ese motivo era el macho alfa.

El lobo estaba hambriento. Ya no recordaba cuándo comió por última vez. Tres días, cuatro, una semana... Hacía mucho tiempo y estaba empezando a notar el cansancio por inanición, cada vez le costaba más moverse y ponerse en pie por la mañana era todo un triunfo.
Antes aquello era un paraíso de vida. Conejos, gamos, ciervos... Ahora no quedaba nada, salvo ratones o topos. Odiaba a los topos. Eran difíciles de cazar, comías más tierra que carne, tenían uñas afiladas que podían clavarte en los ojos y, además, sabían a raíces. Los odiaba.
Como cada mañana, el lobo se acercaba al arroyo, que gracias al deshielo, tenía un caudal aceptable en esta época. Se quedó allí, observando, atento, tenso, esperando que alguno de los pocos animales que quedaban allí se acercase a beber agua.
Nada. Como siempre.
Ya ni recordaba cuándo fue la última vez que comió un animal en condiciones.
Los humanos se habían hecho con todos, sin tener en cuenta que al cazar indiscriminadamente, nadie podría perpetuar las especies y el bosque, aunque tuviese árboles, se convertiría en un desierto. No habría más vida que las plantas... O ni siquiera eso, pues por si fuera poco, la población de los alrededores crecía, por lo que los humanos tenían que hacerse cada vez más refugios de madera, de esos que echaban humo por el techo en invierno. La madera estaba empezando a ser un bien muy preciado y varios grupos de humanos habían acampado en las lindes del bosque para poder cortar árboles todos los días.
Primero los animales y ahora las plantas. Estaba claro que eso iba a ser un desierto de aquí a unos años.
Los humanos no iban a dejar nada con vida por allí. Sólo se dedicaban a destruir, a matar, a arrasar todo lo que encontraban. ¡Incluso habían conseguido reducir el caudal del río! Los humanos se llevaban parte del agua hacía sus campos antes de que ésta entrase en el bosque. ¡¿No se daban cuenta que así no quedaría nada?!

Cada vez más enfadado, seguía sumido en esos pensamientos cuando un pequeño ratón pasó corriendo al lado de la orilla del riachuelo. El lobo comenzó a correr, pero estaba viejo y débil. Al segundo paso el roedor ya se había dado cuenta que le perseguían y de un pequeño brinco se agarró al tronco de un árbol, comenzando a trepar hábilmente hasta la primera rama, donde el lobo ya no podía llegar. El cánido lo miró, como suplicándole que fuese hoy su alimento, pero el ratón parecía no estar por la labor. Tras un minuto se fue, arrastrando los pies, con el sabor de la derrota en la boca, pero eso no le servía de alimento.

Vagaba sin rumbo, derrotado. Sabía que no había esperanza. Si el río reducía el caudal en verano vendrían aún menos animales a beber y en caso de sobrevivir a los meses cálidos, el invierno se le echaría encima sin compasión. No sobreviviría al frío. Sin alimento, con el agua helada, sin compañeros... ¡Ay, los compañeros! ¡Cómo los echaba de menos! El lobo es un animal sociable, pensaba mientras seguía caminando sin saber dónde. Podemos pelear, tener nuestro roces, pero nos buscamos, necesitamos compañía. Ya ni se acordaba cuánto hacía que no oía un aullido que no fuese el suyo. Ni siquiera el suyo. Por miedo a que lo persiguiesen, cada vez aullaba menos.

Sin darse cuenta llegó al margen del bosque. A partir de ahí se extendían los campos de cultivo de los humanos, podía olerlos ya en la distancia.
Se dio media vuelta para volver a meterse en el bosque y al girar, se fijó en una de esas pequeñas construcciones de madera. "Eso no estaba ahí antes" pensó, "De hecho, el bosque llegaba mucho más lejos". "Malditos humanos" dijo a modo de gruñido.
Un fuerte olor a podrido hizo que arrugase el morro. Provenía de la choza y la curiosidad, pero sobre todo el hambre y la posibilidad de encontrar algo de comer, le llevó a encaminarse hacia allí. Los humanos comían mucho y habían cazado todos los animales del bosque, por lo que algo tenían que tener en aquel lugar donde habitaban.

La puerta de la choza estaba entreabierta. Metió el morro despacio para poder oler y tener margen de maniobra para escapar. Olía muy fuerte, demasiado. Estuvo a punto de dar un paso atrás debido al asco, pero en ese momento sus tripas rugieron sonoramente. Escuchó con cuidado y no percibió nada. Empujó un poco más con el morro y tuvo espacio suficiente para pasar al interior.
Una humana vieja estaba tendida encima de la cama. No había ninguna duda, estaba muerta.
El lobo se fue acercando poco a poco, con el hambre tirando de él hacia la cama y la repulsión por el olor tirando hacia la salida.
“¡NO!” pensó el lobo arrugando el morro, “¡Soy un cazador! ¡Yo tomo a las presas vivas! ¡VIVAS! No seré un carroñero…” pero sin darse cuenta, ya estaba encima de la cama con su mandíbula aprisionando el muslo de la anciana. Notó como el hambre se agudizaba, necesitaba comer.
A pesar de que el sabor era algo ácido al principio aún podía alimentarse con eso. Estaba devorando, no terminaba de tragar cuando ya daba el siguiente bocado. Era comida, y a pesar de su aspecto y su olor, sabía mejor que la de topo.
Lloraba mientras masticaba la dura y escasa carne de la anciana. Él no quería eso, él no era así. Él era un cazador de animales, pero si quería tener una oportunidad de sobrevivir, debía seguir comiendo. Una oportunidad como esta no iba a darse otra vez. Era ahora o nunca. Comer hasta reventar, no dejar nada. Dentro de dos días esa carne ya no serviría para nada y no podía arriesgarse a volver tan cerca del final del bosque. “Hoy comeré mucho, mañana ya se verá”, pensaba.

Cuando acababa de empezar el siguiente muslo oyó algo tras de sí. Una humana joven, que no sería más que una cachorra, empujaba la puerta para entrar al grito de “Abueliiita”. Iba vestida de rojo, cubierta por una capucha del mismo color y con una cesta en la mano. El lobo intentó tragar el último trozo que tenía en la boca mientras se daba cuenta de su error. El hambre le había cegado tanto que no había prestado atención a sus otros sentidos. Debía haber olido a la niña hacía tiempo, tendría que haberla oído llegar… pero ya era demasiado tarde.
La niña gritó al verle. Era un chillido espeluznante, lleno de terror. “¿Cómo algo tan pequeño puede gritar de esa forma?” pensó el lobo mientras un dolor agudo penetraba sus oídos y le hacía torcer el morro.
La niña tiró la cesta, pero estaba paralizada, incapaz de moverse. El lobo se agazapó. No quería hacerla nada, no podía competir con un humano por muy pequeño que fuese, sería su fin. Miró a un lado y al otro, buscando una salida, pero la única que encontró era la puerta que estaba detrás de la niña. ¿Podría saltarla? A pesar de haber comido aún no se sentía fuerte, y el peso añadido de comida sería un lastre. Quizá con un buen impulso… pero no le dio tiempo a pensar más, pues un humano enorme, con la cara llena de pelo, entró en la casa empujando la puerta con una de sus enormes manazas, mientras que en la otra enarbolaba un hacha. El hombre se puso delante de la niña, pero estaba como paralizado. Miraba al lobo con expresión de asombro pero sin apartarle la vista.
Ahora ya existía una amenaza real. La cachorra no era un problema, pero ese enorme ser con cara de bruto constituía un peligro importante.
Sin más, decidió hacerlo, ahora era más difícil pero era su única opción. Saltó de la cama intentando ganar toda la distancia posible hacia la puerta.
Un paso. El leñador echó su cuerpo hacia atrás.
Segundo paso. El lobo iba ganando.
Tercer paso… y salto.
El leñador descargó su hacha hacia delante con un movimiento horizontal, mientras que con la otra mano intentaba esconder a la niña de la caperuza roja detrás de él.
El lobo pasaba entre el hombro derecho del humano y el marco de la puerta cuando sintió un fuerte dolor en el vientre y, al caer al suelo, ya notaba el calor de la sangre saliendo desde su abdomen. Le había alcanzado. El hacha había llegado a golpearle abajo, cuando pasaba encima del brazo del leñador.
Dio un traspiés antes de comenzar la carrera, pero ahora no podía parar. Herido de gravedad sería una presa fácil para el leñador, tenía que salir corriendo, huir a la espesura del bosque.
Pronto el dolor se hizo insoportable. Notaba que cada vez tenía menos fuerzas y ya no corría. Daba tropezones de vez en cuando. Su vista empezó a nublarse, pero siguió avanzando, no quería quedarse allí tirado. Un sudor frío le recorría todo el cuerpo, tiritaba.

Se balanceaba de un lado a otro pero ya no faltaba nada para llegar.

Un paso más. Ya olía la humedad.

Otro. Empezó a escuchar el rumor del agua al deslizarse entre las rocas.

Otro paso. Estaba cerca.

Otro… y lo vio. Vio el riachuelo. Con la vista nublada y un dolor que no le dejaba casi respirar, pero allí estaba. Tenía que llegar, ya no le quedaba nada. Su pata se hundió ligeramente en el barro de la orilla. Ya estaba dentro. Siguió avanzando por el río, hasta que el agua tocó su herida en el vientre. Se paró un instante debido al fuerte dolor, pero decidió seguir, tenía que seguir. El frío se apoderaba de él… el frío y el dolor, pero estaba tranquilo.
Poco a poco se fue metiendo al centro del río, sus patas casi no tocaban ya el fondo.
Ya no veía. Tampoco importaba
Con un último aliento, antes de que su morro terminase de hundirse, soltó un lastimero y casi inaudible aullido. Su último aullido.

lunes, 23 de marzo de 2015

KRYPTOS

Antes de nada debo decir que no hago publicidad con este post, o al menos, no de la forma que algunos puedan pensar.
Debo remontarme un par de meses atrás para empezar a hablar de esto. Me llegó por las redes sociales el nombre de un libro, "KRYPTOS", de Blas Ruiz. Todo lo recaudado con la novela, el 100% de las ventas, iría destinado a una ONG que ofrece Becas Comedor a niños con familias sin recursos, gracias a Educo
-¿Tres euros? Porqué no - pensé. Y me pareció un dinero muy bien invertido en una ONG.
La novela, sinceramente, era lo de menos.
Me imaginaba un grupo de relatos cortos (pues la idea original no distaba mucho de esto) en los que habían colaborado varios escritores que, sin ser próximos Premios Nobel de literatura (lo siento, ya os digo que no creo que podáis viajar a Suecia con ese fin), sí me gustaba su estilo de escritura. No esperaba nada de ella, de hecho, justo antes de empezar a leerla pensé: "Si no me gusta la dejo y me pongo con algo más interesante", pues si algo me falta, es tiempo para leer (Lo siento Blas, pero ya sabes lo que dicen, "con la verdad siempre por delante").
Empecé la novela y el primer capítulo te deja algo descolocado, en realidad, no sabes qué está pasando, pero esto sólo es un anticipo que después se irá resolviendo poco a poco.

Todo el libro es un constante suceder de acontecimientos, velocidad en el relato y en la lectura. Pocas florituras pero un lenguaje muy cuidado. No verás descripciones de 5 páginas, pues es un texto rápido, ya que la acción lo abarca todo, pero por el contrario, te imaginas a cada personaje y cada situación casi a la perfección, pues el carisma que desprenden hace que se te forme su imagen en el cerebro sin ni siquiera quererlo.
Cuanto más avanza el libro, más trama hay y más suspense. No he podido parar de leerlo. Blas (& Co.) ha logrado desvelarte los detalles justos en cada capítulo para ir desentrañando un poco los misterios mientras te soltaba otros que hacían que, cualquier cosa que hubieses pensado, se desbaratase por completo.

No es una novela al uso y se nota. El placer de leerla no es sólo porque sea un buen libro, si no porque cuesta encontrar un texto así entre todos los que se publican. No nos engañemos, no es lo más original del mundo ni una nueva forma de escribir, pero sí una manera a la que no estamos acostumbrados.

No quiero comentar nada más, pues no soy crítico literario, si no un mero lector y devorador de libros. Yo no sé de recursos literarios ni de tejemanejes de las letras, si supiese de eso, ya habría escrito algo interesante. De lo que sí sé, mejor que nadie, es de lo que me gusta... y este libro me gusta mucho.

Si a todo eso añadimos, que además, va destinado a un fin como el que he explicado al principio, no tengo más que añadir.
Te guste o no, leas mucho o poco, lo que está claro es que, 3€, pueden hacer mucho a alguien que lo necesita.

Gracias Blas, acabas de ganarte un fan incondicional.