El bosque
estaba en silencio. Acababa de amanecer un día claro de primavera y nada se
movía entre los árboles. A esas horas aún hacía frío, pero la temperatura iría
subiendo lentamente durante la mañana.
Era un lobo
adulto, casi viejo.
No pertenecía a ninguna camada, ni a ningún grupo, ni siquiera tenía una compañera. Los humanos les tenían miedo y hace unos años, iniciaron una batida para masacrarlos.
Él nunca había atacado a un humano, ni tampoco ninguno de sus compañeros. La carne de humano es dura. Los campesinos trabajan de sol a sol, por lo que tienen poca grasa y sus músculos son tensos y fibrosos. No le gustaba la carne de humano, pero ahora, se comería cualquier cosa.
Los hombres no sólo habían terminado con sus compañeros, si no que también habían cazado a todo animal más grande que una ardilla. En el pequeño bosque, cruzado por un arroyo que se secaba en verano, ya no quedaba casi nadie. Cada vez le era más difícil encontrar un ratón que llevarse a la boca.
Parece que los jefes de los humanos trataban a los otros como seres inferiores. Los campesinos de los alrededores tenían que dar parte de lo que conseguían de la tierra a sus jefes, pero éstos no trabajan, sólo pasaban por allí de vez en cuando acompañados de hombres altos con espadas, cargaban los carros y se marchaban.
Cada vez llenaban más los carros, les exigían más comida y al final, la gente de los alrededores tenía que dar casi todo lo que sacaban a su jefe, lo que les había llevado años atrás a invadir el bosque en busca de comida.
En su camada había un macho alfa, y aunque tenía algunos privilegios trabajaba como el que más. De hecho, por ese motivo era el macho alfa.
No pertenecía a ninguna camada, ni a ningún grupo, ni siquiera tenía una compañera. Los humanos les tenían miedo y hace unos años, iniciaron una batida para masacrarlos.
Él nunca había atacado a un humano, ni tampoco ninguno de sus compañeros. La carne de humano es dura. Los campesinos trabajan de sol a sol, por lo que tienen poca grasa y sus músculos son tensos y fibrosos. No le gustaba la carne de humano, pero ahora, se comería cualquier cosa.
Los hombres no sólo habían terminado con sus compañeros, si no que también habían cazado a todo animal más grande que una ardilla. En el pequeño bosque, cruzado por un arroyo que se secaba en verano, ya no quedaba casi nadie. Cada vez le era más difícil encontrar un ratón que llevarse a la boca.
Parece que los jefes de los humanos trataban a los otros como seres inferiores. Los campesinos de los alrededores tenían que dar parte de lo que conseguían de la tierra a sus jefes, pero éstos no trabajan, sólo pasaban por allí de vez en cuando acompañados de hombres altos con espadas, cargaban los carros y se marchaban.
Cada vez llenaban más los carros, les exigían más comida y al final, la gente de los alrededores tenía que dar casi todo lo que sacaban a su jefe, lo que les había llevado años atrás a invadir el bosque en busca de comida.
En su camada había un macho alfa, y aunque tenía algunos privilegios trabajaba como el que más. De hecho, por ese motivo era el macho alfa.
El lobo
estaba hambriento. Ya no recordaba cuándo comió por última vez. Tres días,
cuatro, una semana... Hacía mucho tiempo y estaba empezando a notar el
cansancio por inanición, cada vez le costaba más moverse y ponerse en pie por
la mañana era todo un triunfo.
Antes aquello era un paraíso de vida. Conejos, gamos, ciervos... Ahora no quedaba nada, salvo ratones o topos. Odiaba a los topos. Eran difíciles de cazar, comías más tierra que carne, tenían uñas afiladas que podían clavarte en los ojos y, además, sabían a raíces. Los odiaba.
Antes aquello era un paraíso de vida. Conejos, gamos, ciervos... Ahora no quedaba nada, salvo ratones o topos. Odiaba a los topos. Eran difíciles de cazar, comías más tierra que carne, tenían uñas afiladas que podían clavarte en los ojos y, además, sabían a raíces. Los odiaba.
Como cada
mañana, el lobo se acercaba al arroyo, que gracias al deshielo, tenía un caudal
aceptable en esta época. Se quedó allí, observando, atento, tenso, esperando
que alguno de los pocos animales que quedaban allí se acercase a beber agua.
Nada. Como siempre.
Ya ni recordaba cuándo fue la última vez que comió un animal en condiciones.
Los humanos se habían hecho con todos, sin tener en cuenta que al cazar indiscriminadamente, nadie podría perpetuar las especies y el bosque, aunque tuviese árboles, se convertiría en un desierto. No habría más vida que las plantas... O ni siquiera eso, pues por si fuera poco, la población de los alrededores crecía, por lo que los humanos tenían que hacerse cada vez más refugios de madera, de esos que echaban humo por el techo en invierno. La madera estaba empezando a ser un bien muy preciado y varios grupos de humanos habían acampado en las lindes del bosque para poder cortar árboles todos los días.
Primero los animales y ahora las plantas. Estaba claro que eso iba a ser un desierto de aquí a unos años.
Los humanos no iban a dejar nada con vida por allí. Sólo se dedicaban a destruir, a matar, a arrasar todo lo que encontraban. ¡Incluso habían conseguido reducir el caudal del río! Los humanos se llevaban parte del agua hacía sus campos antes de que ésta entrase en el bosque. ¡¿No se daban cuenta que así no quedaría nada?!
Nada. Como siempre.
Ya ni recordaba cuándo fue la última vez que comió un animal en condiciones.
Los humanos se habían hecho con todos, sin tener en cuenta que al cazar indiscriminadamente, nadie podría perpetuar las especies y el bosque, aunque tuviese árboles, se convertiría en un desierto. No habría más vida que las plantas... O ni siquiera eso, pues por si fuera poco, la población de los alrededores crecía, por lo que los humanos tenían que hacerse cada vez más refugios de madera, de esos que echaban humo por el techo en invierno. La madera estaba empezando a ser un bien muy preciado y varios grupos de humanos habían acampado en las lindes del bosque para poder cortar árboles todos los días.
Primero los animales y ahora las plantas. Estaba claro que eso iba a ser un desierto de aquí a unos años.
Los humanos no iban a dejar nada con vida por allí. Sólo se dedicaban a destruir, a matar, a arrasar todo lo que encontraban. ¡Incluso habían conseguido reducir el caudal del río! Los humanos se llevaban parte del agua hacía sus campos antes de que ésta entrase en el bosque. ¡¿No se daban cuenta que así no quedaría nada?!
Cada vez más
enfadado, seguía sumido en esos pensamientos cuando un pequeño ratón pasó
corriendo al lado de la orilla del riachuelo. El lobo comenzó a correr, pero
estaba viejo y débil. Al segundo paso el roedor ya se había dado cuenta que le
perseguían y de un pequeño brinco se agarró al tronco de un árbol, comenzando a
trepar hábilmente hasta la primera rama, donde el lobo ya no podía llegar. El
cánido lo miró, como suplicándole que fuese hoy su alimento, pero el ratón
parecía no estar por la labor. Tras un minuto se fue, arrastrando los pies, con
el sabor de la derrota en la boca, pero eso no le servía de alimento.
Vagaba sin
rumbo, derrotado. Sabía que no había esperanza. Si el río reducía el caudal en
verano vendrían aún menos animales a beber y en caso de sobrevivir a los meses
cálidos, el invierno se le echaría encima sin compasión. No sobreviviría al
frío. Sin alimento, con el agua helada, sin compañeros... ¡Ay, los compañeros!
¡Cómo los echaba de menos! El lobo es un animal sociable, pensaba mientras
seguía caminando sin saber dónde. Podemos pelear, tener nuestro roces, pero nos
buscamos, necesitamos compañía. Ya ni se acordaba cuánto hacía que
no oía un aullido que no fuese el suyo. Ni siquiera el suyo. Por miedo a que lo
persiguiesen, cada vez aullaba menos.
Sin darse
cuenta llegó al margen del bosque. A partir de ahí se extendían los campos de
cultivo de los humanos, podía olerlos ya en la distancia.
Se dio media vuelta para volver a meterse en el bosque y al girar, se fijó en una de esas pequeñas construcciones de madera. "Eso no estaba ahí antes" pensó, "De hecho, el bosque llegaba mucho más lejos". "Malditos humanos" dijo a modo de gruñido.
Un fuerte olor a podrido hizo que arrugase el morro. Provenía de la choza y la curiosidad, pero sobre todo el hambre y la posibilidad de encontrar algo de comer, le llevó a encaminarse hacia allí. Los humanos comían mucho y habían cazado todos los animales del bosque, por lo que algo tenían que tener en aquel lugar donde habitaban.
Se dio media vuelta para volver a meterse en el bosque y al girar, se fijó en una de esas pequeñas construcciones de madera. "Eso no estaba ahí antes" pensó, "De hecho, el bosque llegaba mucho más lejos". "Malditos humanos" dijo a modo de gruñido.
Un fuerte olor a podrido hizo que arrugase el morro. Provenía de la choza y la curiosidad, pero sobre todo el hambre y la posibilidad de encontrar algo de comer, le llevó a encaminarse hacia allí. Los humanos comían mucho y habían cazado todos los animales del bosque, por lo que algo tenían que tener en aquel lugar donde habitaban.
La puerta de
la choza estaba entreabierta. Metió el morro despacio para poder oler y tener
margen de maniobra para escapar. Olía muy fuerte, demasiado. Estuvo a punto de
dar un paso atrás debido al asco, pero en ese momento sus tripas rugieron
sonoramente. Escuchó con cuidado y no percibió nada. Empujó un poco más con el
morro y tuvo espacio suficiente para pasar al interior.
Una humana
vieja estaba tendida encima de la cama. No había ninguna duda, estaba muerta.
El lobo se
fue acercando poco a poco, con el hambre tirando de él hacia la cama y la
repulsión por el olor tirando hacia la salida.
“¡NO!” pensó
el lobo arrugando el morro, “¡Soy un cazador! ¡Yo tomo a las presas vivas!
¡VIVAS! No seré un carroñero…” pero sin darse cuenta, ya estaba encima de la
cama con su mandíbula aprisionando el muslo de la anciana. Notó como el hambre
se agudizaba, necesitaba comer.
A pesar de
que el sabor era algo ácido al principio aún podía alimentarse con eso. Estaba
devorando, no terminaba de tragar cuando ya daba el siguiente bocado. Era
comida, y a pesar de su aspecto y su olor, sabía mejor que la de topo.
Lloraba
mientras masticaba la dura y escasa carne de la anciana. Él no quería eso, él
no era así. Él era un cazador de animales, pero si quería tener una oportunidad
de sobrevivir, debía seguir comiendo. Una oportunidad como esta no iba a darse
otra vez. Era ahora o nunca. Comer hasta reventar, no dejar nada. Dentro de dos
días esa carne ya no serviría para nada y no podía arriesgarse a volver tan
cerca del final del bosque. “Hoy comeré mucho, mañana ya se verá”, pensaba.
Cuando
acababa de empezar el siguiente muslo oyó algo tras de sí. Una humana joven,
que no sería más que una cachorra, empujaba la puerta para entrar al grito de
“Abueliiita”. Iba vestida de rojo, cubierta por una capucha del mismo color y
con una cesta en la mano. El lobo intentó tragar el último trozo que tenía en
la boca mientras se daba cuenta de su error. El hambre le había cegado tanto
que no había prestado atención a sus otros sentidos. Debía haber olido a la
niña hacía tiempo, tendría que haberla oído llegar… pero ya era demasiado tarde.
La niña
gritó al verle. Era un chillido espeluznante, lleno de terror. “¿Cómo algo tan
pequeño puede gritar de esa forma?” pensó el lobo mientras un dolor agudo
penetraba sus oídos y le hacía torcer el morro.
La niña tiró
la cesta, pero estaba paralizada, incapaz de moverse. El lobo se agazapó. No
quería hacerla nada, no podía competir con un humano por muy pequeño que fuese,
sería su fin. Miró a un lado y al otro, buscando una salida, pero la única que
encontró era la puerta que estaba detrás de la niña. ¿Podría saltarla? A pesar
de haber comido aún no se sentía fuerte, y el peso añadido de comida sería un
lastre. Quizá con un buen impulso… pero no le dio tiempo a pensar más, pues un
humano enorme, con la cara llena de pelo, entró en la casa empujando la puerta
con una de sus enormes manazas, mientras que en la otra enarbolaba un hacha. El
hombre se puso delante de la niña, pero estaba como paralizado. Miraba al lobo
con expresión de asombro pero sin apartarle la vista.
Ahora ya
existía una amenaza real. La cachorra no era un problema, pero ese enorme ser
con cara de bruto constituía un peligro importante.
Sin más,
decidió hacerlo, ahora era más difícil pero era su única opción. Saltó de la
cama intentando ganar toda la distancia posible hacia la puerta.
Un paso. El
leñador echó su cuerpo hacia atrás.
Segundo
paso. El lobo iba ganando.
Tercer paso…
y salto.
El leñador
descargó su hacha hacia delante con un movimiento horizontal, mientras que con
la otra mano intentaba esconder a la niña de la caperuza roja detrás de él.
El lobo
pasaba entre el hombro derecho del humano y el marco de la puerta cuando sintió
un fuerte dolor en el vientre y, al caer al suelo, ya notaba el calor de la
sangre saliendo desde su abdomen. Le había alcanzado. El hacha había llegado a
golpearle abajo, cuando pasaba encima del brazo del leñador.
Dio un
traspiés antes de comenzar la carrera, pero ahora no podía parar. Herido de
gravedad sería una presa fácil para el leñador, tenía que salir corriendo, huir
a la espesura del bosque.
Pronto el
dolor se hizo insoportable. Notaba que cada vez tenía menos fuerzas y ya no
corría. Daba tropezones de vez en cuando. Su vista empezó a nublarse, pero
siguió avanzando, no quería quedarse allí tirado. Un sudor frío le recorría
todo el cuerpo, tiritaba.
Se
balanceaba de un lado a otro pero ya no faltaba nada para llegar.
Un paso más.
Ya olía la humedad.
Otro. Empezó
a escuchar el rumor del agua al deslizarse entre las rocas.
Otro paso.
Estaba cerca.
Otro… y lo
vio. Vio el riachuelo. Con la vista nublada y un dolor que no le dejaba casi
respirar, pero allí estaba. Tenía que llegar, ya no le quedaba nada. Su pata se
hundió ligeramente en el barro de la orilla. Ya estaba dentro. Siguió avanzando
por el río, hasta que el agua tocó su herida en el vientre. Se paró un instante
debido al fuerte dolor, pero decidió seguir, tenía que seguir. El frío se apoderaba
de él… el frío y el dolor, pero estaba tranquilo.
Poco a poco
se fue metiendo al centro del río, sus patas casi no tocaban ya el fondo.
Ya no veía.
Tampoco importaba
Con un último aliento, antes de que su morro terminase de hundirse, soltó un lastimero y casi inaudible aullido. Su último aullido.
Con un último aliento, antes de que su morro terminase de hundirse, soltó un lastimero y casi inaudible aullido. Su último aullido.
La versión del cuento que más me ha gustado desde que escuché Caperucita Ye-yé siendo niña. Estremecedor relato que te hace sentir una profunda tristeza por el solitario lobo aunque también por los humanos, por la ciega estupidez que los (nos) está llevando a un lúgubre final. Me ha encantado. Muchas gracias por compartirlo :-)
ResponderEliminar¡Coño! ¡Chispas! No vi tu comentario en su momento, hace más de un año ya... Lo siento y muchas, muchas gracias por leerlo y comentarlo :**
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