Me gusta andar por Madrid en
verano. A esa hora en la que ya no hay sol y el asfalto no quema los pies...
cuando refresca.
Entonces, solo por las calles de mi ciudad,
ando despacio, sin prisas, porque donde voy no hay hora de llegada. Pensando en
mi amor, mi familia, mis amigos, mi trabajo... en todo lo que me rodea y me
hace ser yo.
Y Madrid, a esa hora, es la Emperatriz de las
Ciudades, la Reina de los Condenados. Donde viven a la par los Sueños Rotos y
las Esperanzas, el Quiero y no Puedo y el Puedo y no Quiero, el que vale para
algo y el que no sirve para nada, las Ilusiones Perdidas y los Perdidos Ilusionistas...
Todos en un crisol de Quimeras y Desengaños.
Y paseo, tranquilo, y me fijo en sus calles,
sus casas, sus gentes y sus pensamientos. Y piensan sin pensar porque no
piensan en lo importante, y se miran sin fijarse porque no se dan cuenta de lo
que salta a la vista... salvo algunos pocos locos.
Y entonces, vuelvo a casa, dejando casi todo
en el portal antes de entrar, y vuelvo a mi otro yo, ese que no pasea por las
calles, si no que sigue la rutina; ese que piensa sin pensar; ese que mira sin
fijarse... pero ese, sabe que es una de esas personas que no piensan y no se
fijan, y es consciente que no puede vivir siempre caminando tranquilo por la
calle, ese tío sabe que no siempre es verano... aunque también sabe, que Madrid
siempre está lista para escuchar sus pensamientos cuando él quiera lanzarse a
caminar por sus calles... tranquilo.... cuando refresca.
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